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<<< JORGE BUCAY >>>
COMO CRECER?
Un rey fue hasta su jardín y
descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.
El Roble le dijo que se moría
porque no podía ser tan alto como el Pino.
Volviéndose al Pino, lo halló caído
porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía
florecer como la Rosa.
La Rosa lloraba porque no podía ser
alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una fresia,
floreciendo y más fresca que nunca.
El rey preguntó:
¿Cómo es que creces saludable en
medio de este jardín mustio y sombrío?
No lo sé. Quizás sea porque siempre
supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o
una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser
Fresia de la mejor manera que pueda".
Ahora es tu turno. Estás aquí para
contribuir con tu fragancia. Simplemente mirate a vos mismo.
No hay posibilidad de que seas otra
persona.
Podes disfrutarlo y florecer regado
con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia condena...
ANIMARSE
A VOLAR
..Y
cuando se hizo grande, su padre le dijo:
-Hijo
mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de
volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que
el buen Dios te ha dado.
-Pero
yo no sé volar – contestó el hijo.
-Ven –
dijo el padre.
Lo tomó
de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña.
-Ves
hijo, este es el vacío. Cuando quieras
podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo.
Una vez en el aire extenderás las alas y volarás...
El hijo
dudó.
-¿Y si
me caigo?
-Aunque
te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el
siguiente intento –contestó el padre.
El hijo
volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había
caminado toda su vida.
Los más
pequeños de mente dijeron:
-¿Estás
loco?
-¿Para
qué?
-Tu
padre está delirando...
-¿Qué
vas a buscar volando?
-¿Por
qué no te dejas de pavadas?
-Y
además, ¿quién necesita?
Los más
lúcidos también sentían miedo:
-¿Será
cierto?
-¿No
será peligroso?
-¿Por
qué no empiezas despacio?
-En
todo casa, prueba tirarte desde una escalera.
-...O
desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?
El
joven escuchó el consejo de quienes lo querían.
Subió a
la copa de un árbol y con coraje saltó...
Desplegó
sus alas.
Las
agitó en el aire con todas sus fuerzas... pero igual... se precipitó a
tierra...
Con un
gran chichón en la frente se cruzó con su padre:
-¡Me
mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú.
Mis alas son de adorno... – lloriqueó.
-Hijo
mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre
necesario para que las alas se desplieguen.
Es como
tirarse en un paracaídas... necesitas cierta altura antes de saltar.
Para
aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo.
Si uno
quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como
siempre.
EL BUSCADOR
Esta es
la historia de un hombre al que yo definiría como buscador
Un
buscador es alguien que busca. No
necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco esa alguien que sabe lo que
está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.
Un día un
buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a
hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí
mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los
polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar
al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba
tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores
encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera
lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió
que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento
en ese lugar. El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente
entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los
árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso
descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción … “Abedul Tare, vivió
8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de
que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al
pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a
su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también
tenía una inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib,
vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terrible mente
conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una
lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida
exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que,
el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un
dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba
por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó
si lloraba por algún familiar.
- No
ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué
cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados
en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo
ha obligado a construir un cementerio de chicos?.
El
anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que
pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven
cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí,
colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada
vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a
la izquierda que fu lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo.
¿ Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión
enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y
media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y
medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del
primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y
el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?¿Cuánto duró el
disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la
libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su
libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba.
Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.
EL ELEFANTE ENCADENADO
Cuando
yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos
eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la
atención el elefante. Durante la función, la enrome bestia hacia despliegue de
su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un
rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una
cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en
el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas
enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa
me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su
propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es
evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años
yo todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a
algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me
explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces
la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo
haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del
misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba
con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años
descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para
encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado
atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé
al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel
momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de
todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y
también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su
historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este
elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre-
que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su
impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor
es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás...
jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...
EL OSO
Esta
historia habla de un sastre, un zar y su oso.
Un día
el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había
caído.
El zar
era caprichoso, autoritario y cruel (cruel como todos los que enmarañan por
demasiado tiempo en el poder), así que, furioso por la ausencia del botón mandó
a buscar a su sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el
hacha del verdugo.
Nadie
contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue hasta la
casa del sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo llevó a la
mazmorra del palacio para esperar allí su muerte.
Cuando,
cayo el sol un guardia cárcel le llevó al sastre la última cena, el sastre
revolvió el plato de comida con la
cuchara y mirando al guardia cárcel dijo – Pobre del zar.
- El guardia
cárcel no puedo evitar reírse - ¿Pobre del zar?, dijo pobre de ti tu cabeza
quedará separada de tu cuerpo unos cuantos metros mañana a la mañana.
-
Si, lo sé pero mañana en la mañana el
zar perderá mucho más que un sastre, el zar
perderá la posibilidad de que su oso la cosa que más quiere en el mundo
su propio oso aprenda a hablar.
- ¿Tú
sabes enseñarle a hablar a los osos?, preguntó el guardia cárcel sorprendido.
- Un
viejo secreto familiar... – dijo el sastre.
Deseoso
de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al soberano
su descubrimiento:
¡¡El
sastre sabía enseñarle a hablar a los osos!!
El zar
se sintió encantado. Mandó rápidamente a buscar al sastre y le ordenó:
-¡¡Enséñale
a mi oso a hablar nuestro gustaría complaceros pero la verdad, es que enseñar a
hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiempo... y lamentablemente, tiempo
es lo que menos tengo...
-El zar
hizo un silencio, y preguntó ¿cuánto tiempo llevaría el aprendizaje?
-
Bueno, depende de la inteligencia del oso... Dijo el sastre.
- ¡¡El
oso es muy inteligente!! – interrumpió el zar
– De
hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.
-Bueno,
musitó el sastre... si el oso es inteligente... y siente deseos de aprender...
yo creo... que el aprendizaje duraría... duraría... no menos de...... DOS
AÑOS.
El zar
pensó un momento y luego ordenó:
- Bien,
tu pena será suspendida por dos años, mientras tanto tú entrenarás al oso. ¡Mañana empezarás!
-
Alteza - dijo el sastre – Si tu mandas
al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estarán muerto, y mi familia, se las
ingeniará para poder sobrevivir. Pero si me conmutas la pena, yo tendré que
dedicarle el tiempo a trabajar, no podré dedicarme a tu oso... debo mantener a
mi familia.
- Eso
no es problema – dijo el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu
familia estarán bajo la protección real. Serán vestidos, alimentados y educados
con el dinero de la corte y nada que necesiten o deseen, les será negado...
Pero, eso sí... Si dentro de dos años el oso no habla... te arrepentirás de
haber pensado en esta propuesta... Rogarás haber sido muerto por el verdugo...
¿Entiendes, verdad?.
- Sí,
alteza.
-
Bien... ¡¡Guardias!! - gritó el zar –Que
lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte, denle dos bolsas de oro,
comida y regalos para sus niños. Ya... ¡¡Fuera!!.
El
sastre en reverencia y caminando hacia atrás, comenzó a retirarse mientras
musitaba agradecimientos.
- No
olvides - le dijo el zar apuntándolo con el dedo a la
frente – Si en dos años el oso no habla...
– Alteza... -
...Cuando
todos en la casa del sastre lloraban por la pérdida del padre de familia, el
hombre pequeño apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico
y con regalos para todos.
La
esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas antes había
sido llevado al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante...
Cuando
estuvo a solas el hombre le contó los hechos.
- Estás
LOCO – chilló la mujer –
enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni siquiera has visto un oso de cerca,
¡Estás, loco!
Enseñar
a hablar al oso... Loco, estás loco...
- Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza
mañana al amanecer, ahora... ahora tengo dos años... En dos años pueden pasar
tantas cosas en dos años.
En dos
años... – siguió el sastre - se puede
morir el zar... me puedo morir yo... y lo más importante... por ahí el ¡¡oso
habla!!
EL TEMIDO ENEMIGO
La
idea de este cuento llegó a mí escuchando un relato de Enrique Mariscal. Me
permití, partir de allí prolongar el cuento transformarlo en otra historia con
otro mensaje y otro sentido. Así como está ahora se lo regalé una tarde a
mí amigo Norbi.
Había
una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse
poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él, necesitaba
además, que todos lo admiraran por ser poderoso, así como la madrastra de
Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también él necesitaba mirarse en
un espejo que le dijera lo poderoso que era.
Él no
tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a
su alrededor a quienes preguntarle si él, era el más poderoso del reino.
Invariablemente
todos le decían lo mismo:
-Alteza,
eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee:
Él, él conoce el futuro.
( En
aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran
llamados, genéricamente “magos”).
El rey
estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un
hombre muy bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo
admiraba y festejaba que él existiera y viviera allí.
No
decían lo mismo del rey.
Quizás
porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni
ecuánime, y mucho menos bondadoso.
Un día,
cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago o
motivado por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió
un plan:
Organizaría
una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la
atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los
cortesanos, le preguntaría si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado,
tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los
demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama. El rey estaba seguro
de que escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la
fecha en la que el mago del reino iba a morir. Éste daría una respuesta, un día
cualquiera, no importaba cuál. En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su
espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera,
deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el mago no
había podido adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su predicción.
Se acabaría, en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes...
Los
preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó...
...Después
de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le silencio de
todos le preguntó:
- ¿Es
cierto que puedes leer el futuro?
- Un
poco – dijo el mago.
- ¿Y
puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey?
- Un
poco – dijo el mago.
-
Entonces quiero que me des una prueba -
dijo el rey -
¿Qué
día morirás?. ¿ Cuál es la fecha de tu muerte?
El mago
se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.
- ¿Qué
pasa mago? - dijo el rey sonriente -¿No
lo sabes?... ¿no es cierto que puedes ver el futuro?
- No es
eso - dijo el mago - pero
lo que sé, no me animo a decírtelo.
- ¿Cómo
que no te animas?- dijo el rey-... Yo
soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy
importante para el reino, saber cuando perdemos a sus personajes más
eminentes... Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?
Luego
de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:
- No
puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes
que el rey...
Durante
unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los
invitados.
El rey
siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo
cierto es que no se animó a matar al mago.
Lentamente
el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio...
Los pensamientos
se agolpaban en su cabeza.
Se dio
cuenta de que se había equivocado.
Su odio
había sido el peor consejero.
-
Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.
- Me
siento mal - contestó el monarca – voy a
ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.
Y con
un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones...
El mago
era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.
¿Habría
leído su mente?
La
predicción no podía ser cierta. Pero... ¿Y si lo fuera?...
Estaba
aturdido
Se le
ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa.
El rey
volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:
- Mago,
eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el
palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.
- ¡
Majestad!. Será un gran honor... – dijo el invitado con una reverencia.
El rey
dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las
habitaciones de huéspedes en el palacio y para que custodiasen su puerta asegurándose de que nada pasara...
Esa
noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué
pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño
accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su
hora.
Bien
temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado.
Él
nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero
esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta... necesitaba una
excusa.
Y el
mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.
El rey,
casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su inteligencia y le
pidió que se quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro
asunto... (obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara).
El mago
– que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó...
Desde
entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las
habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta
al día siguiente.
No pasó
mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su
nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos
en cuenta en cada una de las decisiones.
Pasaron
los meses y luego los años.
Y como
siempre... estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.
Así
fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo.
Ya no
era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y
seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.
Empezó
a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una
manera más sabia y bondadosa.
Y
sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.
El rey
ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender,
para compartir una decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago
habían llegado a ser excelentes amigos.
Un día,
a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.
Recordó
aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su entonces más
odiado enemigo
Y sé
dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un
hipócrita.
El rey
tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró
le dijo:
-
Hermano, tengo algo que contarte que me oprime el pecho
- Dime
– dijo el mago – y alivia tu corazón.
-
Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no
quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte y frente a cualquier
cosa que me dijeras, porque quería que tu muerte inesperada desmitificara para
siempre tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban... Estoy tan
avergonzado...
-
Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos,
hermanos, me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho.
Hoy he
sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia.
Necesité
decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin
ocultamientos.
El mago
lo miró y le dijo:
- Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo.
Pero de todas maneras, me alegra, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es
lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste la pregunta y bajaste tu
mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía falta
adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, - el mago sonrió y puso su
mano en el hombro del rey. – Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte que
yo también te mentí... Te confieso hoy
que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para
darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender, quizás la más importante cosa que yo te haya
enseñado nunca.
Vamos
por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros
mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si
nos damos tiempo, terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría
vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.
Tu
muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto
antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se
acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la
mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.
El rey
y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno
sentí en esta relación que habían sabido construir juntos...
Cuenta
la leyenda... que misteriosamente... esa misma noche... el mago... murió
durante el sueño.
El rey
se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente... y se sintió desolado.
No
estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a
desapegarse hasta de su permanencia en el mundo.
Estaba
triste, simplemente por la muerte de su amigo.
¿Qué
coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago justo
la noche anterior a su muerte?.
Tal
vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera
decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día después.
Un
último acto de amor para librarlo de sus temores de otros tiempos...
Cuentan
que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su
ventana, una tumba para su amigo, el mago.
Enterró
allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra,
llorando como se llora ante la pérdida de los seres queridos.
Y
recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.
Cuenta
la leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la muerte
del mago, el rey murió en su lecho
mientras dormía... quizás de casualidad... quizás de dolor... quizás para
confirmar la última enseñanza del maestro.
LA ALEGORIA DEL CARRUAJE
Un día
de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: -Salí a la calle que hay
un regalo para vos.
Entusiasmado,
salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje
estacionado justo, justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal
lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy
fino, muy elegante, muy "chic". Abro la portezuela de la cabina y
subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de
encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta
que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las
piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no
hay lugar para nadie más.
Entonces
miro por la ventana y veo "el paisaje": de un lado el frente de mi
casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: "¡Qué bárbaro
este regalo! "¡Qué bien, qué lindo...!" Y me quedo un rato
disfrutando de esa sensación.
Al rato
empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me
pregunto: "¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?" Y empiezo
a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso
me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como
adivinándome: -¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Yo
pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.
-Le
faltan los caballos - me dice antes de que llegue a preguntarle.
Por eso
veo siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido.
-Cierto
- digo yo.
Entonces
voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo
otra vez y desde adentro les grito:
-¡¡Eaaaaa!!
El
paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me
sorprende.
Sin
embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a
ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.
Son los
caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se
suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.
Me doy
cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a
donde ellos quieren. Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final
siento que es muy peligroso.
Comienzo
a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.
En ese
momento veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto: -¡Qué
me hizo!
Me
grita:-¡Te falta el cochero!
-¡Ah! -
digo yo.
Con
gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar un
cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto
con cara de poco humor y mucho conocimiento.
Me
parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo
que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero a
dónde ir.
Él
conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la
mejor ruta.
Yo...
Yo disfruto el viaje.
"Hemos
nacido, salido de nuestra casa y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro
cuerpo.
A poco
de nacer nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento
instintivo, y se movió. Este carruaje no serviría para nada si no tuviera caballos;
ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos.
Todo va
bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que
estos deseos nos llegaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos,
y entonces tenemos necesidad de sofrenarlos. Aquí es donde aparece la figura
del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar
racionalmente.
El
cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del
carruaje son tus caballos.
No
permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos,
porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente
cuerpo y cerebro? Si no tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como
la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que
solamente su cerebro empuje el carruaje. Obviamente tampoco podés descuidar el
carruaje, porque tiene que durar todo el proyecto. Y esto implicará reparar,
cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida,
el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje..."
OBSTÁCULOS
Voy
andando por un sendero.
Dejo
que mis pies me lleven.
Mis
ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte
se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien.
Siento que la ciudad me atrae.
Sin
saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que
deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños
están en esta ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me
gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo
que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.
Me
imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia
ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero
no me importa.
Sigo.
Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una
enorme zanja me impide mi paso. Temo... dudo.
Me
enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido
saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto... Consigo pasarla. Me repongo
y sigo caminando.
Unos
metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la
salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un
abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo
Veo que
a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí
para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos... Pienso en
renunciar. Miro la meta que deseo... y resisto.
Empiezo
a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho.
Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado... descubro el muro. Un
gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños...
Me
siento abatido... Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo.
La ciudad está tan cerca... No dejaré que el muro impida mi paso.
Me
propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire... De pronto veo, a un
costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con
complicidad.
Me
recuerda a mí mismo... cuando era niño.
Quizás
por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos
entre mi objetivo y yo?
El niño
se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí?
Los obstáculos no estaban antes de que tú
llegaras... Los obstáculos los trajiste tú.
SUEÑOS DE SEMILLA
En el
silencio de mi reflexión percibo todo mi mundo interno como si fuera una
semilla, de alguna manera pequeña e insignificante pero también pletórica de
potencialidades.
...Y
veo en sus entrañas el germen de un árbol magnífico, el árbol de mi propia vida
en proceso de desarrollo.
En su
pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después. Cada
semilla sabe cómo transformarse en árbol, cayendo en tierra fértil, absorbiendo
los jugos que la alimentan, expandiendo las ramas y el follaje, llenándose de
flores y de frutos, para poder dar lo que tienen que dar.
Cada
semilla sabe cómo llegar a ser árbol. Y tantas son las semillas como son los
sueños secretos.
Dentro
de nosotros, innumerables sueños esperan el tiempo de germinar, echar raíces y
darse a luz, morir como semillas... para convertirse en árboles.
Árboles
magníficos y orgullosos que a su vez nos digan, en su solidez, que oigamos
nuestra voz interior, que escuchemos la sabiduría de nuestros sueños semilla.
Ellos,
los sueños, indican el camino con símbolos y señales de toda clase, en cada
hecho, en cada momento, entre las cosas y entre las personas, en los dolores y
en los placeres, en los triunfos y en los fracasos. Lo soñado nos enseña,
dormidos o despiertos, a vernos, a escucharnos, a darnos cuenta.
Nos
muestra el rumbo en presentimientos huidizos o en relámpagos de lucidez cegadora.
Y así
crecemos, nos desarrollamos,
evolucionamos... Y un día, mientras transitamos este eterno presente que
llamamos vida, las semillas de nuestros sueños se transformarán en árboles, y
desplegarán sus ramas que, como alas gigantescas, cruzarán el cielo, uniendo en
un solo trazo nuestro pasado y nuestro futuro.
Nada
hay que temer,... una sabiduría interior las acompaña... porque cada semilla sabe... cómo llegar a ser
árbol...
UN RELATO SOBRE AMOR
Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios
cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores
situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que
había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy
largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos
y maravillosos..
La historia cuenta que habían noviado con la complicidad de
todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés,
el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para
que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí
para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había
ayudado en esa relación.
Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un
verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el
día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para
demostrarle a él su profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara
esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido
tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades;
una comida no era suficiente agasajo...
Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y
empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminara no
encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las
monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras
pensando que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una
hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un
solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso.
Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir.
Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre
al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre
de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba
escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo
acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.
Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena
de oro para aquel reloj." Entró a preguntar cuánto valía y, ante la
respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella
había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido
que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía
esperar tanto.
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para
conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no
sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del
pueblo, se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo
natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde
que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena
de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No
dudó. Le dijo a la peluquera:
- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo,
¿usted me lo compraría?
- Seguro - fue la respuesta.
- Entonces en tres días estaré aquí.
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a
su casa. No dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito
más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.
Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el
dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de
madera. Cuando llegó a su
casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en
que él solía regresar.
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando
él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un
pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él
se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para
explicárselo.
Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que
se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que
contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de
allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja
contenía dos enormes peinetones que él había comprado... vendiendo el reloj de
oro del abuelo.
Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no
se olviden de esta historia. El amor no está en nosotros para sacrificarse por
el otro, sino para disfrutar de su existencia.