domingo, 16 de septiembre de 2012

La Pipa del Abuelo


El abuelo era un hombre muy especial, italiano. Recuerdo su porte pequeña, encorvada y su cabeza calva. Era un hombre sensacional, muy expresivo y de un carácter único.
Cuando nosotros éramos pequeños, allá por los años´70 el abuelo narraba todo tipo de historias. El abuelo era genial.
Lo recuerdo con los mejores ojos con los que se pueden recordar a un abuelo. Lo observaba mucho, me encantaba como dirigía todo sin necesidad de exigir nada. Sus hijos y nietos vivíamos para el nono.
Mi padre el más pequeño de sus hijos era el más pegado al abuelo, y el abuelo no lo decía, pero tenía algunas preferencias para con mi padre.
Cada festejo familiar o los días domingos, cuando nos reuníamos en la casa del nono, me detenía a observar a mi padre y mi abuelo. Adoraba esa postal de ellos juntos, por las noches se reunían para fumar juntos la pipa, las caricias de mi padre y los mimos del abuelo conjugaban en un amor mutuo indisoluble, indestructible diría yo.
Así fuimos creciendo con mi hermano y heredando las costumbres familiares, las pastas de los domingos y las reuniones bulliciosas de la familia italiana.
Los años fueron pasando y con ellos, el abuelo se fue extinguiendo. Padecía varias enfermedades, yo que era muy joven no prestaba atención a aquellas cosas.


Mi padre siempre contaba sus historias junto al mi abuelo en Italia. Nuestra familia era de Calabria, región del sur de Italia, de la zona denominada 'pie' de la península italiana. Más precisamente de la provincia de Catanzaro, capital de la región, allí transcurrían las historias que en reuniones nuestro abuelo y familiares contaban.
Una de esas cosas que han quedado en mi recuerdo fue aquella que contaba mi padre cuando yo era niño:


“El abuelo era muy delicado con su pipa, no dejaba que nadie la tocara, la cuidaba como si fuera una parte de él. Una extremidad de su cuerpo. Esa pipa era muy especial porque había sido un regalo que recibió al finalizar la guerra. El adoraba su pipa y con ella recorría los paisajes escarpados y desolados de su juventud y lo acompañaba en todo momento del día. Cuando decidimos emigrar a América el abuelo tomo su pipa y se aferro a ella como si esta fuera un amuleto, un talismán de la suerte. Tantas historias se podrían contar de aquella pipa. Será por eso que aun hoy la conserva”
Aquellas palabras de de mi padre nunca las pude olvidar y deseaba tanto tomar aquella pipa entre mis manos, tan solo para poder saborear su aroma y sus vivencias.


Al cabo de unos años el abuelo enfermo gravemente. Su destino era inevitable. Los médicos no daban muchas esperanzas. Una tarde reunió a todos sus hijos en el hospital y hablo con cada uno de ellos – eran cuatro varones -, y menciono sus últimas palabras.
Nunca pregunte a mi padre que les dijo el nono en aquella última reunión, que sintieron cada unos de sus hijos. Mi madre me contó que los reunió para solicitarle a cada uno algo en particular y además informarles los bienes que heredarían cada uno. En nuestra familia esas costumbres todavía se acostumbran.


Con el correr de los años, todos fuimos creciendo y envejeciendo, todos incluyéndome a mí. A medida que pasaban los años me ponía más reticente, mas esquivo con mi padre y a decir verdad ya casi no nos hablamos. Las cosas con él no andaban muy bien. Muchas eran nuestras diferencias y ciertamente no encontrábamos un punto en común como para poder aproximarnos.
Recordaba frecuentemente la imagen de mi padre junto al nono, y lamentaba no poder disfrutar de mi padre de la misma forma. Las cosas con papá iban de mal en peor.


Una noche no pude mas, fui en busca de mi padre decidido a acomodar nuestro vínculo, ignoraba cómo afrontar el tema. Pensé y pensé y de repente recordé, recordé al nono y todas sus historias.
Después de la muerte de mi abuelo, jamás volvimos a hablar del tema, nunca converse con mi padre sobre lo sucedido, no sabía de los detalles, así que este sería un buen tema para conversar con él. Esa noche fue inolvidable. La recuerdo bien.


Llegue a su casa e ingresé sin llamar. Me senté frente a él y pregunté directamente:
¿Papa, que fue lo que te pidió el abuelo, en su lecho de muerte?
Mi padre no dedujo bien la escena. Me miro fijo a los ojos. Se acerco, me abrazo y dijo:
Tu abuelo nos reunió a los cuatro hijos para pedirnos su último deseo. A cada uno de nosotros nos encomendó una tarea y nos otorgo parte sus bienes. Dijo mi padre
Y, cuéntame que fue lo que pidió el nono. Dije

A Roberto el mayor le pidió que una vez que él falleciera; hiciera las gestiones para que sus restos descansaran en Catanzaro junto a la abuela. A Chicho le pidió que se quedara con su casa y que allí fundara un Club social para personas mayores. A Florentino, le pidió que se encargara de los bienes que hubieran quedado en Italia y que restaurara la casa de campo.

¿?
Luego de esas explicaciones, mi padre enmudeció por un momento, una transparente lágrima recorrió su mejilla.
¿Y papi, a vos que te pidió el nono?, exclame rápidamente
A mí el abuelo solo me dejo una caja de marfil cerrada con candado. Con instrucciones precisas de que no la abriera hasta que mi hijo mayor –o sea vos -, no preguntara. Y como hoy has preguntado llego la hora de abrirla.


Mi padre se dirigió al closet y tomo la caja de marfil azulado y la ubicó sobre la mesa. Lentamente abrió el candado y levanto la tapa. En su interior una leyenda expresaba:
“José, esta es mi herencia, te dejo mi más preciado tesoro: “Mi Pipa”, para que la poseas y que ella sea disfrutada por ti y mi nieto. La única condición es que al encenderla, la fumen juntos, del mismo modo que lo hacíamos tu y yo. De esta manera comprenderán el amor que les he tenido a ambos y al mismo tiempo sabrán experimentar la sensación única y singular del amor entre un padre y su hijo”.


Desde aquella vez, todas las noches nos reunimos con mi padre a conversar de la vida y fumar un rato de aquella pipa simbólica. Estamos más unidos que nunca, tan unidos que en ocasiones se percibe la presencia del nono.


AUTOR: Gabriel Cuellar

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